domingo, 27 de julio de 2008

ANGELITOS NEGROS

Partido amistoso entre artistas. Arriba, el tercero por la izquierda, Tolo; el cuarto por la derecha, Antonio Machín.

En la Compañía de Antonio Machín

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Al simpático compañero y buen humorista TOLO con toda admiración. Antonio Machín. 9-3-1948







TOLO, MI PADRE

El hecho de escribir la vida de mi padre me llevó durante mucho tiempo a inmiscuirme en terribles disyuntivas que de un modo u otro retrasaban el proceso de aparición de una historia que, por otra parte, pugnaba por salir a la luz de un modo tan valiente, con tanta fuerza interior y exterior, que a algunos hubiera atemorizado. No es éste mi caso ni el de mi hermana y mi madre, mis dos embaucadoras más eficaces en el desarrollo y puesta en marcha de este libro, donde las vivencias se suceden con extraño entusiasmo, con empuje y dinamismo, como si cada página impresa tuviera una personalidad propia, y las palabras caminaran solas, casi sin necesidad de ser escritas; como el agua, que cuando al fin brota de un manantial, antes seco, demuestra que ya nada puede detenerla.
Escribir este libro ha dolido dentro porque al teclear cada letra, penetraba la herida despiadadamente , la horadaba de nuevo. Este libro está escrito con sangre de niña adolescente, una niña que perdió a su padre en un momento crítico de su vida, una niña que volvió a resurgir al decidirse a narrar la historia del hombre al que siempre adoró. Es preciso aclarar, sin embargo, que no he pretendido en ningún momento provocar la lágrima fácil, sino que ésta, a veces, ha salido de mis ojos de forma incontrolada, vertiéndose en el papel sin posibilidad de detenerla. Quizás ahí esté el secreto de la demora, de la tardanza; en el miedo al sufrimiento, en el temor a recordar algunos pasajes.
A lo largo de estos años de incertidumbre, de contención premeditada, he tenido la oportunidad de conocer a personas que me han animado encarecidamente a llevar a cabo este proyecto. Entre ellas destaco al buen amigo y mejor periodista Alfredo Aracil, que se prestó a ayudarme, a colaborar conmigo. Pero hay un momento para cada sueño y cada sueño tiene su momento. Así, el milagro se produjo una soleada tarde de marzo del año 2006 , cuando me senté delante de mi ordenador recién comprado y comencé a llorar. Me pregunté a mí misma sobre las razones de mi llanto y al obtener la respuesta supe que había llegado el momento, y comprendí que la mejor manera de encararme a este tema era planteármelo desde mi punto de vista más visceral, es decir, narrando lo que he vivido, he sentido y he añorado respecto a mi padre, un punto de vista según el cual, también saldría a la luz su faceta de artista, pero pasando antes por el prisma de mis ojos.
María José Arques Cano



EL ARTISTA Y EL HOMBRE
Fue en marzo de 1975 cuando vi actuar por primera vez a mi padre. Su papel del profesor majareta es bien conocido en Alicante, en los ambientes artísticos, y en particular por la gente de su época. Recuerdo que estaba sentada en la primera fila del Teatro Principal junto a mi madre y a mi hermana, Emi, que entonces era muy pequeña y no dejaba de moverse en el asiento. Pepe Mira Galiana conducía el acto homenaje a Antulio San Juan. Yo me sentía muy emocionada. Ese hombre que me miraba desde el escenario (o eso creía yo), era el mismo que todas las mañanas nos dejaba en casa el “pan con mollitas” calentito dentro del horno antes de marcharse a trabajar. A mi alrededor, los espectadores se reían, se reían mucho… Cuando rememoro ese momento, siempre me invade una sensación de extraños celos, porque mi padre, al que yo idolatraba, estaba compartiendo su ingenio, su gracia, sus gracias, con toda esa gente. Realmente fue así, yo tuve celos en algunos instantes de aquella actuación, porque una cosa es que nos hiciera reír a mi madre, a mi hermana y a mí, pero algo muy distinto es que se entregara de ese modo a todo aquel gentío… Sólo hoy, en mi madurez, entiendo la grandeza de todo aquello y la verdadera y auténtica razón de mis celos, que no es otra que la entrega absoluta de un artista en el escenario, porque efectivamente, José Arques LLorens, Tolo, aquella noche, sobre las tablas, ya no se pertenecía. Era posesión de su público. Yo lo capté, con mi intuición infantil, y ahora entiendo que muchas personas me digan que era un gran artista, que era buenísimo, que era de lo mejorcito… Siempre que alguien lo elogia ante mi presencia, viene a mi mente su entrega al aforo aquella noche y sé a ciencia cierta que me están diciendo la verdad, que no exageran, porque lo más importante en la vida de un artista, es saber darse por completo, y Tolo conocía ese secreto.
Aquel día fue importante en nuestras vidas, pero lo mejor llegó al día siguiente, cuando desperté y fui a la cocina a desayunar. Mi padre me cuestionó si quería pan tostado o galletas. Se trataba de una pregunta muy sencilla y muy frecuente, sin embargo, tras lo ocurrido la noche anterior, el tema se teñía de matices diferentes. Además, yo no quería perder mi tiempo con trivialidades referentes al desayuno. Yo quería hablar con el cómico, no con el cocinero. Quería preguntarle cómo se sentía tras la actuación ya que por la noche el cansancio no me había permitido hacerlo. Quería decirle que era maravilloso, que era un gran artista… La idea que se me ha quedado de aquello es que no lo hice, no le dije nada de eso, porque me limité a mirarle embobada durante varios días como si no me creyera que tenía por padre a uno de los mejores caricatos españoles de los últimos tiempos.





ANGELITOS NEGROS
Hace unos meses, mi hermana encontró en Internet una página Web en la que se hablaba de mi padre. Se trata de un documento de Adobe Acrobat que difunde en la red un libro titulado “Personajes de la escena alicantina”, cuyo autor, Jaume Lloret i Esquerdo, recopila unas leves biografías dedicadas a más de doscientos artistas de la “terreta”. Es de agradecer la inclusión del nombre de mi progenitor en esta obra, sin embargo he de decir que lo que el autor del libro declara sobre Tolo, no es del todo cierto. No busco, ni en lo más mínimo, crear una polémica al respecto; antes al contrario, desde estas páginas transmito a Jaume Lloret mi agradecimiento y el de mi familia. Pero me veo en la obligación de aclarar que José Arques Llorens, Tolo, en contraposición con lo que se afirma en este citado libro, sí que actuó en otras provincias españolas, como Madrid, Valencia y Barcelona. Y lo hizo como caricato de tres importantes compañías internacionales: la de Jorge Negrete, la del Trío Calaveras y la de Antonio Machín.



Mi madre narra los acontecimientos que recuerda referidos a este tiempo, con mucho orgullo, y en particular, con un gran entusiasmo. Algunas de las fotos que ilustran estos textos pertenecen al álbum particular de la mujer que enamoró para siempre al artista y que supuso la razón principal para que dejara los escenarios, algo que me congratula hasta el punto de que, probablemente si no hubiera sido así, yo no estaría en este mundo. En cualquier caso las cosas sucedieron como tenían que ocurrir y ahora estoy aquí para contar esta bella historia real que incluye el paso de mi padre por los teatros nacionales entre los años cuarenta y cincuenta. Todo comenzó el 12 de junio de 1927, cuando, en la calle Capitán Hernández Mira, en el nº4 nació un niño que, desde muy pequeño demostró unas grandes dotes para hacer reír. Mis tías, primas de mi padre, cuentan a menudo anécdotas referentes a la pubertad de mi progenitor, historias reales que ahora nos hacen esbozar una tierna sonrisa, pero que en aquellos tiempos quizás supusieron un medio de vida, ya que los tres familiares en cuestión, es decir, mi padre y mis dos tías, se dedicaban a practicar de artistas callejeros en el barrio. Lo hacían como de broma, pero de ahí surgieron canciones creadas por mi progenitor. Eran tiempos muy difíciles, el hambre amordazaba los estómagos y la sombra de la guerra mostraba su lado más oscuro en las bocas de la gente, vacías de alimentos, aunque repletas de silencios obligados. A pesar de las dificultades, mi familia paterna no perdía su energía. Me cuenta mi tía Maruja, prima de mi padre, que con el fin de sacar beneficios para la Hoguera de Campoamor, rifaban un pollo o un conejo. Tolo iba cantando sus charangas recién creadas por las calles del barrio, y así animaba a la gente a comprar los boletos. De ahí salió La manta al coll, así que se puede decir que la canción alicantina por excelencia nació en el barrio de Campoamor.










María José Arques Cano

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