Si hay algo que Tolo amaba con todas sus fuerzas aparte de su mujer y sus hijas, esto era el mar. Le apasionaba todo lo relacionado con los océanos. Por suerte nació en Alicante y pudo disfrutar del gran privilegio que supone tener la playa a pie de calle. Era patrón de barco y dueño de una barca de ocho metros de eslora junto a cuatro socios más. Se llamaba La morenica de Villena y nos hizo pasar ratos inolvidables. Me incluyo porque a mí me llevaba con él. Me enseñó a anclar, a preparar los palangres, a carnar y a desempeñar otras actividades marinas y submarinas, hasta el punto de que con diez años realizaba los amarres con una facilidad sorprendente. Muchas veces nos embarcábamos solos, sin los demás socios. Formábamos una estupenda pareja de marineros. Yo llevaba el timón y él se encargaba del palangre y de las cañas. Pasábamos toda la noche en altamar. Todavía recuerdo la textura de mi piel tras permanecer tantas horas en el piélago marino. Me gustaba acariciarme los brazos y notar la gruesa capa de yodo en ellos. También recuerdo como si fuera ayer el olor a mar que desprendía mi padre y el aroma del pescado sobre la cubierta. Pescábamos de todo, mabres, doradas, salmonetes, pajeles, morralla... Una noche cogimos una manta bastante grande y en otra ocasión mi padre volvió a casa con una enorme langosta.
Una noche en la que navegábamos con los demás marineros, decidimos ir a la isla de Tabarca. Cuando salimos del puerto sólo había un poco de leveche, pero conforme nos íbamos acercando a la isla, el mar se fue enfureciendo y llegó un momento en que la barca casi se quedaba en posición vertical y el timón apenas se mantenía en equilibrio. Uno a uno fueron mareándose los hombres, que vomitaban sobre la cubierta y ya se quedaban acostados sobre ella. Sólo aguantamos hasta el final mi padre y yo, que con una fuerza sobrehumana dirigía la embarcación hacia Alicante mientras él recogía las cañas, ya que según me repetía, era muy peligroso que éstas permanecieran montadas en medio de ese temporal, al libre albedrío de las fuertes olas.
En los días posteriores, Tolo se inventó varios chistes relacionados con el incidente, sobre todo aludiendo a los "rudos" marineros que nos acompañaron en la peculiar travesía nocturna.
La vida resulta a veces dolorosa y paradójica. José Arques Lloréns, Tolo, el hombre que tanto amaba su mar alicantino tuvo prohibida la entrada al puerto durante un tiempo por motivos políticos hasta que un amigo le arregló los papeles y pudo acceder de nuevo a esa zona de su tierra en la que tanto disfrutaba. Pero eso fue mucho antes de nuestras aventuras marítimas.
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